HOMILÍA DOMINICAL - CICLO C

  Vigésimo octavo DOMINGO

P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

   

 

 Escritura:

2 Reyes 5, 14-17; 2 Timoteo 2, 8-13;
Lucas 17, 11-19

EVANGELIO

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos decían: -Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes.

Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: -¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Y le dijo: -Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

 

HOMILÍA 1

Érase una vez un niño que jugando en el muelle del puerto se cayó a las aguas profundas del océano. Un viejo marinero, sin pensar en el peligro, se lanzó al agua, buceó para encontrar al niño y finalmente, agotado, lo sacó del agua.

Dos días más tarde la madre vino con el niño al muelle para encontrarse con el marinero. Cuando lo encontró le preguntó: "¿Es usted el que se lanzó al agua para rescatar a mi hijo?

-"Sí, yo soy", respondió.

-La madre le dijo: "¿Y dónde está el gorro de mi hijo?

El evangelio de hoy nos recuerda una dimensión profunda de toda vida cristiana: la gratitud, la acción de gracias. Creer, tener fe, es ser agradecidos a Dios que actúa en las cosas normales de cada día.

Muchas veces vemos a Dios en los acontecimientos extraordinarios y venimos a darle gracias porque algo inesperado y bueno nos ha sucedido, pero hay que ver a Dios en la vida de cada día: en el trabajo, en las luchas, en las benditas peleas y enfados… Dios es nuestro compañero y Padre cada día. Y casi siempre pasa desapercibido.

La gratitud es una actitud necesaria. En ella experimentamos la salvación que Dios tiene para nosotros.

Hermanos, contemplen este edificio, esta iglesia y esta cruz que nos preside, todo es don de Dios y nosotros estamos aquí por la gracia de Dios.

Dios nos ha traído aquí para recordarnos que todo lo que nos rodea, todo lo que somos y tenemos es su don, su regalo.

Y nos recuerda también, miren a los hermanos, que muchos de sus dones, como esta iglesia, nos vienen a través de otras personas que no conocemos y que han vivido antes que nosotros.

¿Somos conscientes de lo mucho que hemos recibido sin hacer nada, sin merecerlo?

¿Da gracias a Dios todos los días?

Sin el agradecimiento, nuestra salvación está incompleta, nuestras familias, nuestra iglesia y nuestro mundo está en peligro.

"Jesús, maestro, ten compasión de nosotros", gritaban los leprosos.

Jesús no hizo nada. Sólo los mandó presentarse a los sacerdotes, ir al templo.

Ya están los impuros, purificados.

Ya están los apartados, integrados.

Ya están los leprosos, sanados.

Ya están los alejados, probados en la obediencia y la fe.

Nueve eran judíos y fueron al viejo templo de Jerusalén, a la vieja ley y a los viejos sacrificios.

Sólo uno, samaritano, pagano, cayó en la cuenta de que Jesús, al que habían gritado todos: "Señor, ten compasión de nosotros," era el nuevo templo, la nueva alianza, el nuevo perdón, el nuevo rostro de Dios.

Y se volvió para ofrecerle a él un sacrificio de acción de gracias.

La purificación sólo produjo la fe en el extranjero. El convertido, el que vuelve a Jesús vuelve a dar gracias.

Gracias por la sanación, por la dignidad humana recuperada, por la amistad de Dios que es gratis, por encontrarse con Jesús el que desafía todas las fronteras y tiene compasión.

Hay una fe que pide y se va a sus quehaceres, a su rutina, y olvida.

Hay una fe que mira a Jesús, le da gracias todos los días y ve a Dios en los acontecimientos sencillos de la vida.

Nosotros somos los diez leprosos que venimos a gritar a Jesús. "somos impuros", "Señor, ten compasión de nosotros".Y podemos quedar purificados.

No te vayas al viejo templo, a la vieja alianza, a los viejos sacrificios, al corazón duro.

Ven al único templo, a Jesús. Él te hace puro, él te ofrece un nuevo Padre, un nuevo amor y ofrece el único sacrificio de acción de gracias, la eucaristía.

¿No sanaron los diez? ¿Dónde están los otros nueve? ¿El único que ha vuelto es este extranjero?

Orar es tener a alguien a quien podemos dar gracias.

La gratitud es una actitud siempre necesaria.
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HOMILÍA 2

GRACIAS, LA MEMORIA DEL CORAZÓN

Imagínese que un amigo le regala un gran plato de arena mezclada con finísimas limaduras de hierro.

Tiene como tarea separar la arena de las limaduras de hierro.

Intenta buscarlas con los ojos y no lo consigue.

Después intenta cribarlas entre los dedos y no consigue nada.

Finalmente se le ocurre la feliz idea de buscar un imán que pasea por la arena, lo mira y lo encuentra cubierto de limaduras. El imán ha hecho la tarea fácil y agradecida.

La persona ingrata es como los ojos que miran la arena o la criba de los dedos y no encuentran nada. Es la persona que nunca encontrará motivos para dar gracias.

La persona agradecida es como el imán que al barrer la arena se alegra y encuentra mil razones para dar gracias a ese Dios invisible pero mezclado con los miles de granos de arena de nuestros olvidos e imperfecciones.

La Palabra de Dios que nos sirve la liturgia este domingo es una invitación a dar gracias, avivando la memoria del corazón.

“Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas”, exclama Naamán.

“Haz memoria de Jesucristo” pide Pablo a Timoteo.

“Un samaritano volvió y le dio gracias”.

Dar las gracias, decir gracias, nos resulta difícil. ¿Acaso tengo que dar gracias al sol por salir cada mañana?

Algunos piensan que lo que tienen o reciben es porque se lo han ganado o se lo merecen.

Son los autónomos de la vida temporal y espiritual.

Jesús, el hombre del camino, hace un día el camino hacia la ciudad sagrada de Jerusalén.

Los cristianos somos según la hermosa definición de los Hechos de los Apóstoles los que “seguimos el camino”.

En este peregrinar Jesús encuentra hombres y mujeres que le necesitan.

Hoy, se encuentra con diez leprosos, diez hombres que viven un exilio espiritual y social, diez extraños en su propia tierra.

Han gritado muchas veces a lo largo de los caminos su condición de “impuros”, somos impuros.

Hoy, gritan: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.

¿Será posible que alguien escuche sus gritos?

¿Será posible que alguien se acerque a ellos y les mire a los ojos con amor?

Hoy, han hecho el encuentro de su vida y han gritado y pedido lo imposible.

Han pedido compasión y sanación al único que siempre tiene compasión, al único que siempre ofrece sanación, a Jesús de Nazaret.

“Jesús al verlos, les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes”.

Muy obedientes, hay que cumplir la Ley, los judíos vivían uncidos al yugo de la Ley, los diez se ponen en camino y se encuentran con una nueva piel.

El samaritano, oficialmente no religioso, no obligado a ir al Templo y exento de la Ley, desanda el camino y va al encuentro de Jesús. Va a adorar, a agradecer.

Agradecer es más importante que obedecer.

Agradecer el don recibido sin hacer nada, sin merecerlo, es sólo obra del Espíritu.

Agradecer es cantar y contar la bondad de Dios en voz muy alta.

Agradecer es la respuesta improvisada de un nuevo amor.

Agradecer es reconocer que todo es gracia, don de Dios y este reconocimiento es una profesión de fe.

El domingo cristiano, día de la comunidad, día del “nosotros” proclamamos que “Es justo, es necesario, es nuestro deber y salvación dar GRACIAS a Dios siempre y en todo lugar”.

El domingo es el día en que nosotros, los nuevos samaritanos, los de siempre, dejamos las rutinas religiosas y nos presentamos en la asamblea a gritar a Jesús: “Maestro, ten compasión de NOSOTROS”.

HOMILÍA 3

Jerry Miller es uno de los más de doscientos condenados a muerte o a cadena perpetua que, después de 24 años de cárcel, de exclusión social familiar y religiosa, fue declarado inocente gracias a la evidencia del DNA.

Jerry Miller, su curación fue su declaración oficial por la justicia de su inocencia, no se dedicó a airear su ira contra un sistema injusto ni a blasfemar contra Dios que permite que los inocentes sean encarcelados y marginados.

Jerry Miller, libre, fue también a su iglesia, para alabar a Dios con sus hermanos y proclamar: “No estoy enfadado. Estoy agradecido y me siento orgulloso porque he cumplido lo que me propuse, demostrar que mis acusadores mintieron y demostrar mi inocencia.

Uno salió de la cárcel y dio gracias y alabó a Dios. ¿Y los otros dos cientos?

Los diez leprosos curados por Jesús, según el evangelio proclamado hoy, son enviados al Templo de Jerusalén para que los sacerdotes les dieran “el alta médica” después de cumplir con un complicado y caro ritual. Tenían que ser declarados curados y limpios de toda impureza ritual.

Nueve volvieron al Templo, a sus familias, a su barrio y a sus trabajos. No pensaron más en Jesús al que habían gritado: “Jesús, ten compasión de nosotros”.

Se olvidaron de Jesús, el que gratis les había curado y devuelto la pureza ritual y volvieron a la tiranía de la religión, volvieron a la normalidad. Ahí terminó su historia.

Nueve razones para olvidarse de dar gracias. Cada uno, como los invitados al banquete de bodas, tenía razones poderosas para no volver y pronuncia la palabra mágica GRACIAS.

En esta historia de los leprosos como en todas las historias siempre hay uno, el protagonista, que se salva, el bueno que se nos pone como ejemplo a seguir.

Los diez leprosos son curados, uno solo, el samaritano es curado y salvado.

El samaritano no va al Templo de Jerusalén, no está conectado ni con la religión oficial ni con el clero del Templo. No puede obedecer el mandato de Jesús de presentarse a los sacerdotes, pero cae en la cuenta y siente en su corazón que Alguien más grande que el Templo, Alguien más importante que los sacerdotes de todos los Templos le ha devuelto la salud, ha eliminado la impureza ritual que excluye y contamina toda la comunidad, todo.

Jesús cura y purifica gratis y no necesita someterse a ritos pagados e inútiles.

El samaritano vuelve sobre sus pasos al encuentro de Jesús, el sanador, el purificador y con humildad le da las gracias y glorifica a Dios. Empieza para él una nueva historia.

¿Y los otros dónde están? Pregunta retórica que no necesita respuesta.

¿Y los otros doscientos declarados inocentes dónde están?

¿Y los miles de bautizados y purificados dónde están?

¿Sólo nosotros hemos venido a glorificar a Dios y decirle gracias este domingo sanador?

Los otros, tienen miles de razones para no venir a celebrar la salvación, la purificación que Dios nos ofrece cada domingo.

La lepra, palabra maldita, para nosotros, hoy, ya no es una enfermedad de la piel. La palabra lepra es la metáfora de todo lo que nos aleja de Dios, del pecado. Todos somos un poco leprosos. Hasta el Papa Francisco nos ha dado una cita citada en todos los periódicos: “La corte es la lepra del Papado”.

Eliminada la lepra física, todos los cristianos estamos urgidos a eliminar la lepra espiritual que adopta muchas formas y colores.

Una monja americana que pasó un tiempo en España me decía muchas veces, dos palabras que los españoles no dicen nunca son: por favor y gracias. Yo he observado a la gente y he comprobado que tenía y sigue teniendo toda la razón.

Espero que cada uno de nosotros seamos más delicados y más atentos con Dios y con Jesucristo y no les pidamos nunca nada sin decir por favor, si me conviene, si es tu voluntad, y no nos olvidemos de darles las gracias.

HOMILÍA 4

HEALED AND SAVED

David Smith, an Episcopalian priest tells this story about forgetting and remembering.

“I remember hearing of a rural vicar in England whose bicycle went missing- The man relied exclusively on his bicycle to get around his little parish, and he knew things like bicycles didn't just disappear into thin air, so he put two and two together and figure out that someone, most likely one of the young hooligans in his flock that he’d had words to,had stolen it.

He came up with a plan. He’d preach on the Ten Commandments on Sunday, and when he got to “You shall not steal”, he’d pause and look carefully around the congregation, to see if he couldn’t pick out a red face and so identify the culprit.

The plan seemed to be going well. He prepared his semon, Sunday came, and he started working his way through the commandments, planning to reach his crescendo at the 7th commandment “You shall not steal”. The only problem was that when he reached the 6th commandment “You shall not commit adultery”- he remembered where he left his bike.”

You and I are here this Sunday not because we have forgotten our past sins, but because we remember God’s forgiveness, God’s healing, and we come back to thank and praise Him.

On the way to Jerusalem to face the cross, Jesus encounters ten lepers. By the rules of their society, rules created because of the fear of contamination, men who had tested positive for leprosy were not only forced to live apart from everyone else, they had to announce their presence and to warn others to stand off.

But as Jesus enters a village ten lepers approach him and from a distance they call out to Jesus, “Jesus, Master, have pity on us”.

When Jesus saw them he told them, “Go, show yourselves to the priests”. They obeyed, and on their way to the Temple they were cleansed.

One of the ten, a Samaritan, when he saw he was healed, he turned back and praised God in a loud voice, he fell at Jesus’ feet and thanked him.

Jesus asked, “Were not all ten cleansed? Where are the ther ten?”

Charles Brown suggested a rather cynical list of reasons why nine of the ten failed to return:

*One waited to see if the cure was real.
*One waited to see if it would last.
*One said he would see Jesus later.
*One decided he had never had leprosy.
*One gave glory to the Temple.
*One gave a big tip to the priest.
*The nine lepers forgot Jesus like we forget so many people we meet on our way home. He was not even an acquaintance.

Healed but unsaved the nine went to their normal way of life.

The tenth leper, the Samaritan, did not forget Jesus Face, he was not in a hurry, the Jerusalem Temple was not his Temple, those priests were not his priests, he didn't have to tip the priests, so he came to Jesus. He has been healed, transformed and saved by his encounter with Jesus.

He was not only re-admitted to the community, he was admitted to a new way of life, he was now Jesus' disciple.

Surrounded by so many lepers and Mr. Coronavairus at every corner, we live in fear, we forget about important people in our lives and do not find the time to look back in thankfulness.

Let us move forward in faith while looking back in gratitude, lest we forget our Creator and Savior.

“The Samaritan leper sees that he has been healed and acknowledges that healing. Once healed, it is often far too easy to move on; to offer that automatic “thanks”, isn’it? But this story in Luke tells us that seeing is more than sight -it is seeing through God’s eyes..

When you have been seen by God, you cannot go on, but have to return to God so as to imagine how you are now an integral part of God’s kingdom. You turn back to give praise to God because seeing what God has done results in responding with worship and praise”. Karoline Lewis.

Please, do not leave the church without praising God and saying thanks to your Redeemer and your Savior. Our normal way of life because of Jesus has many degrees of abnormality and it is great.